Logro poner el automóvil en buena velocidad, como para acompañar al pelotón que ya venia transitando aquella cinta asfáltica. Es ese momento de tensión, ya que debes subirte a algo que está en movimiento, pienso.
En menos de dos minutos el auto que está al frente en el mismo carril, comienza a hacer unos movimientos bruscos en zigzag, como de quien está perdiendo el control y hace maniobras buscando recuperarlo. Aquel automóvil comienza a dar “latigazos” a diestra y siniestra a mucha velocidad. A la derecha de la autovía, un descampado interminable, a la izquierda otro carril plagado de autos. Desde atrás se puede ver el movimiento pendular entre carriles del automóvil y quienes viajan a su par, moviéndose para evitar ser embestidos de costado.
Fueron segundos apenas. La ubicación privilegiada que me otorga estar tras ese auto, me pone en lugar de espectador de lujo.
Tras 10 segundos quizás, el auto es expulsado hacia su derecha, sobre el descampado. Menos mal, pienso, ya que el sentido contrario hubiera sido un bowling de proporciones.
Aquel auto se desplaza de costado sin control alguno y a alta velocidad sobre un manto verde. Luego golpea contra una zanja que produce una acrobacia de 360 grados por el aire. Hasta que llega a dar contra unos escombros y árboles. Una rama de árbol de gran porte logra contener el automóvil.
Como si no hubiera reacción alternativa, frené en la banquina, así como también lo hizo el automóvil que venia tras de mi. Ambos bajamos como expulsados de nuestros asientos hacia la escena para socorrer a la persona accidentada.
Corrí por el descampado y reconocí que una rama de árbol ingresaba por el vidrio lateral del conductor y atravesaba hasta incrustarse en el parabrisas delantero, generando un hoyo de proporciones. El motor como apagado.
Al volante una señorita. Tendría 25 pensé rápidamente. La rama de árbol que la contuvo, también se encargó de desgarrar parte de su hombro, dejando un trozo en carne viva. La mujer no emite sonido. Sus ojos se mueven con rapidez y sus manos como soldadas al volante.
- “Soy Sergio, y voy a ayudarte. Me escuchas?”
Tomo rápidamente mi teléfono y llamo al 911. El ruido de los automóviles circulando en la autopista sin detenerse, hacen bien difícil la comunicación con la operadora.
Cuando viajas por autopista con tus vidrios cerrados, no logras medir el ruido que genera esa tromba motorizada entonando la misma melodía.
La operadora quiere mantenerme continuamente en línea para tener un entendimiento de la situación, pero esto no hace más que ponerme nervioso ya que pretendo hacer algo por socorrerla, más allá de llamar a las emergencias. Como puedo saber yo si la mujer había injerido algún tipo de droga, si acababa de conocerla?
Intento mantener una conversación que la accidentada solo puede contestar con movimientos de sus ojos.
De repente, la joven conductora se desvanece. Corto el teléfono. El primer instante es terrible pensando en que podía haber muerto… entonces la toco y veo que aun respira.
El contacto de la mano en su cara la recompone. Siempre había pensado que el contacto humano era maravilloso y acababa de ver una demostración gigante de ello.
Los paramédicos no llegan y ya no se que hacer. No había pasado tanto tiempo en el mundo real, pero en aquella banquina, en aquel fango, el mundo es otro, es un universo con reglas propias.
La señorita vuelve a abrir sus ojos marrones pero su piel no logra salir de ese blanco casi transparente.
Ella me mira bien firme y nos quedamos un instante con esa conexión exclusiva. Comienza a mover su ojos hacia el costado y abajo. Luego vuelve a mirarme fijo y repite aquella rutina con fuerza en su rostro. Hay algo que quiere comunicarme, entonces sigo su mirada al punto donde sus ojos me llevan.
La blusa de ella se va tiñendo de color a medida que pasaban los minutos. La hemorragia, pienso.
Concentrado en el movimiento de sus ojos descubro que tiene apretado el teléfono celular en su mano.
- “Quieres que tome el teléfono?” Pregunto. Ella cierra sus dos ojos a la misma vez con un gesto reconfortante.
Con mis dos manos tomo la de ella y su teléfono tratando de transmitirle una sensación de seguridad.
Al tomar el celular, encuentro que mis manos también están cubiertas de sangre. Sería de ella, pienso.
En pantalla un mensaje: “I love you” y el botón de “send” que titila como esperando ser presionado.
La miro y encuentra su cara con tono calmo que interpreto como agradecimiento. Entonces pregunto en voz alta. - “Este mensaje aun no fue enviado, verdad?” Ella asiente con ambos ojos y me mira como implorando acción. - “Quieres que lo envíe?”. Entonces se le dibuja una pequeña sonrisa.
Mostrándole a ella su pantalla, aprieto “send”. El mensaje sale a su destinatario.
Ella hace un suspiro muy profundo. Me mira sin pestañar. Se queda mirándome. Petrificada. Inmóvil. Eterna.